Nuestros mayores querían lo mejor para los hijos: una colocación para toda la vida. Pero el escenario sociolaboral ha cambiado drásticamente. Las empresas son ahora dinámicas, sus necesidades fluyen, los puestos de trabajo se transforman o incluso desaparecen con la tecnología… La idea de una permanencia eterna en el empleo es absurda, por más que los contratos deban ser indefinidos. Aunque esto de los contratos indefinidos sólo existe en Europa.
El inmovilismo es contraproducente para las empresas, pero también para las personas. Tener estabilidad en el empleo no significa que haya que permanecer haciendo lo mismo durante años y años. Hoy las corporaciones necesitan contratar gente para un proyecto determinado, no para jurarse amor eterno. Paralelamente, las personas deben atender a sus prioridades profesionales, crecer, crear su propia empresa… Y lo mismo que beneficia a las corporaciones privadas y sus trabajadores debería implantarse en las instituciones públicas. Con políticas adecuadas de cambio en el puesto de trabajo podría evitarse el absentismo, la baja productividad o el frecuente síndrome de burnout.
Es cierto que las oportunidades laborales no abundan en algunos países ni en determinados sectores, pero las hay. Y es posible encontrarlas o crearlas. Y eso es un tema que en las cumbres empresariales está latente:
Activa el cerebro. Salir de la zona de confort supone mantenerse alertas. Quienes temen el cambio no se dan cuenta de la infelicidad que conlleva la indolencia. Empezar en un nuevo trabajo resulta estresante, pero quedarse puede ser aún peor, incluso para la salud física y mental. Las experiencias laborales mejoran la autoestima y proporcionan bienestar emocional.