Tendemos a pensar que un buen profesional es quien puede colgar varios títulos en las paredes de su despacho, pero la formación por sí sola, con ser muy importante, no es suficiente.
Pero ser excelente no se limita a estar facultado para el desempeño. Todos conocemos personas que consideramos magníficos profesionales y otros que, pese a su brillante currículum, no lo son. ¿Qué diferencia a los buenos?
Tienen humildad. Las personas verdaderamente profesionales observan a su alrededor para aprender de los demás. No creen, ni mucho menos, dominar su campo; por el contrario, extraen enseñanzas valiosas de todo el mundo. No aparentan saberlo todo, preguntan cuando desconocen algo y jamás simulan conocer lo que ignoran. Además, admiten sus fallos y piden perdón cuando es necesario. De este modo, aprovechan sus equivocaciones como oportunidades para aprender y para mostrar tolerancia con los errores ajenos. La humildad está en la filosofía empresarial.
Disfrutan con el compañerismo. El trabajo también es rutina, sacrificio, cansancio, aspectos desagradables. Por eso los gestos de compañerismo son tan importantes, porque nos hacen sentir que no estamos solos, que formamos parte de un equipo en donde nos apoyamos unos en otros cuando lo necesitamos. Los buenos profesionales no están por encima de los miembros de su equipo, sino con ellos. No les importa "ensuciarse" haciendo el trabajo de otros, echando una mano. Así conocen más a fondo el papel de cada uno, sus dificultades y sus necesidades.
Son honestos. La honestidad es un concepto muy amplio. No solo consiste en no robar, sino en ser justo con los demás, en no aceptar privilegios ni para uno mismo ni para las personas allegadas, en ofrecer confianza, no mentir, ser leal, no chismorrear ni criticar, tener principios tanto personales como empresariales y respetarlos por encima de todo.