Las predicciones sobre un mundo en el que nuestro destino esté regido por algoritmos pueden ser ciertas, incluso a corto plazo, por eso se hace más necesario que nunca potenciar los valores humanos y educar las emociones.
Admiro a Yuval Noah Harari, el historiador israelí que nos ha cautivado con libros como Sapiens, Homo Deus y sus 21 lecciones para el siglo XXI. Muchos de los planteamientos de Harari parecen inquietantes, pero, más que alarmistas, constituyen la llamada de atención de un intelectual brillante, serio y riguroso sobre la sociedad que hemos construido y sus posibilidades de supervivencia.
Me gusta Harari cuando valora la capacidad de las personas para cooperar y establecer redes de confianza, aunque no se conozcan entre sí, pero me preocupa cuando vaticina que pronto llegaremos a creer más en la inteligencia artificial que en la humana, sobre todo porque Harari no es un visionario cualquiera, sino un pensador profundo con capacidad de análisis y previsión.
Pensar que en un futuro cercano los departamentos de recursos humanos lleguen a seleccionar a los trabajadores mediante un algoritmo, que la productividad empresarial esté por encima de las personas y que no se tengan en cuenta sus emociones, solo puede conducirnos a la autodestrucción.
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