Hoy quiero hablarte del órgano de nuestro cuerpo que ha demostrado tener las mayores capacidades y que hasta hoy sigue sorprendiendo a los científicos al comprobarse que puede llegar a ser resiliente. Se trata del cerebro y su habilidad de desaprender gracias a la neuroplasticidad.
Resulta que el cerebro tiene la capacidad de cambiarse y regenerarse a partir de la interacción con el medio ambiente. Esto da al traste con las antiguas teorías que planteaban que el sistema nervioso era una estructura rígida e inmodificable y que, con el paso de los años, la posibilidad de sinapsis (comunicación entre dos o más neuronas) disminuía hasta detenerse definitivamente. Es decir, que ese refrán tan repetido e instalado en nuestro pensamiento de que “loro viejo no aprende a hablar” está obsoleto.
Esto significa que tu cerebro es resiliente, es decir, capaz de superar eventos catastróficos, experiencias traumáticas, infancias difíciles, y desarrollar nuevas conexiones neuronales saludables, si tiene los estímulos adecuados e incorpora nuevos hábitos, desechando los que ya no necesita a través del desaprendizaje.
Se trata de excelentes noticias para los más de 5,7 millones de personas al año que sufren de accidente cerebrovascular (ACV), según la Organización Mundial de la Salud, y abre una puerta para estimular al cerebro con prácticas de rehabilitación que incentiven la neuroplasticidad innata a él.
Mi experiencia de vida me ha demostrado que yo podría ser un vivo ejemplo de la validez de la neuroplasticidad: con mis antecedentes familiares de esquizofrenia, he aprendido que eso no me define, sino que por el contrario, y en consonancia con mis tres “C”, (creer, crear, crecer) puedo quitarle poder para alejar de mí esa enfermedad.
Ahora… te pregunto: ¿Desaprender es dejar de aprender? Cuando se produce lo que llamo “desaprender con propósito”, esta acción no tiene el fin de “dejar de aprender”, sino todo lo contrario: se transforma en el punto de inicio de un nuevo ciclo de aprendizaje. Se desaprende para reaprender, lo cual permite actualizar conocimientos, hábitos y costumbres.
Más que una oportunidad, la capacidad de desaprender se ha vuelto vital para poder seguir actualizados en un mundo tan cambiante como el actual. De hecho, según Samuel Asbersman, autor del libro La vida útil de los datos, el conocimiento de hoy tiene una fecha de expiración de menos de 10 años.
¿Te imaginas la vida “acumulando” recuerdos, conocimientos y detalles de todas y cada una de las cosas que te suceden en un día promedio? ¿Cómo lograría tu cerebro priorizar lo importante sobre otros datos que son realmente superfluos? ¿Cómo habría espacio para lo nuevo, si tenemos apego a lo sucedido en el pasado?
Es por ello que mi invitación es a desaprender con propósito como el primer paso hacia la transformación y el cambio verdaderos. Es "echar por la borda", como dice el español y experto en felicidad, Eduardo Punset, todas las creencias, hábitos y costumbres que hemos adquirido y no están a tono con estos tiempos, pero ocupan espacio en nuestro cerebro. Cuestionemos todo lo previamente aprendido y si no nos suma o permite evolucionar, podemos dejarlo ir y abrir la puerta para aprender lo nuevo.