El viernes 20, sin importar la intensa lluvia que dio bienvenida al otoño, el evento, organizado por Cristian Muñoz (a cargo de la producción de la banda), y Tracy Jenkins (Manager del Lula Lounge) que se menciona, que comenzó con entretenidas lecciones de salsa en la pista de baile del lugar. Margolis, que no quiere mencionar su apellido, pero confiesa 38 años “sin ninguna vergüenza,” vino especialmente para ver a Abreu, pero según dice, “No está de más echarse un bailecito en el medio.”
“A mis amigas y a mí nos encanta salir de vez en cuando. Tu sabes papi, que acá trabajamos demasiado, y una fiestecita como la de hoy, con tus hermanos cubanos, no la tienes todo los días,” dice.
Y vaya que los “hermanos cubanos” saben cómo disfrutar. Entre comidas y bebidas, la conversación se ve bastante animada. Por eso, cuando el ahora legendario Alexander Abreu entra caminando tranquilamente entre el público, nadie lo nota tan rápido, estando cada uno entretenido en su propio rincón. Es el momento perfecto para tomar unas declaraciones para Toronto Hispano, que el gustoso nos da.
Alexander, ¿Esta es tu primera vez en Canadá?
No, ya había venido antes, esta es mi segunda ocasión.
¿Y qué te parece tu segundo viaje?
Todo bien, es lindo estar en estas tierras.
Y dime, has estado viviendo en Europa por mucho tiempo, pero en los últimos años volviste a vivir en Cuba y seguiste tu carrera desde ahí. ¿Por qué esta decisión?
Porque allá es donde está la verdadera música, en Cuba. No encuentro nada como eso en ninguna otra parte.
Antes que Abreu y Havana D’Primera salgan a escena, un baile típico de Cuba abre la presentación. Misterio, magia, y sabor del Caribe marcan la danza que deja a todo el público en silencio, segundos antes de prorrumpir en un aplauso entusiasta.
Y los muchachos salen a tocar: en el marco de la gira “The Pasaporte Tour 2013,” los músicos conectan con el público al instante. La gente se acerca y se apega más y más al escenario, para hacer la conexión con el artista aún más real.
Sobre la tarima, los bronces y voces, el piano y las cuerdas terminan de recordarnos que basta con un acorde para transportarnos a nuestros países. No en lo real, pero si en el corazón, que al final de cuentas es lo que más importa.
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