Por: Manuel A. Oliva
La Marinera, “La reina y señora de todos los bailes”, es sin duda una de las manifestaciones culturales más representativas de Perú. Un baile que representa el enamoramiento entre el hombre y la mujer; y que muestra la riqueza de la mezcla artística: ritmo, fuerza, elegancia, picardía y galantería de nuestro mestizaje hispano-amerindio-africano.
Mantuvieron su distancia como si no quisiesen, pero al mismo tiempo se morían por verse. Bastó un simple cruce de miradas para que ella le hiciera entender que quizás, pero que no sería fácil conquistarla. Él aceptó el reto y mostró seguridad en todo momento y con porte elegante y sin temor, se aventuró a navegar en las olas de la profundidad de sus ojos negros. Ella sonriente al amor, se atrevió a dibujar una caricia en lo alto con un pañuelo, y él la captó en el aire y la adoptó como suya. Él, convencido de conquistarla, caballerosamente la saludó sin palabras y con sombrero en mano, contemplando una vez más la profundidad de sus ojos negros, le anunció que no aceptaría huidas ni negativas.
El juego del cortejo tomó inicio y cuando parecía que los dos se acercaban, un leve giro los separaba. El acercamiento los ilusionaba y el alejamiento los desesperaba; parecía que la tregua llegaba, pero ninguno cedía. El cortejo continuó, él con personalidad fuerte y ella con personalidad delicada. Los dos desplazados al ritmo del platillo y cajón hasta dulcemente ceder a lo que el destino ya había marcado. Un nuevo contacto llegó y una cómplice sonrisa los convenció. Poco a poco los alejamientos eran más cortos, el cruce de miradas más frecuentes y las caricias al aire más notables. Transformaron el reto en tregua y aprendieron a escribir sus sentimientos secretamente en el aire con sus pañuelos y en el suelo con zapateos.
Ambos sonrientes, encontraron la fórmula de envolver sentimientos con giros. Por momentos el separarse era inminente, pero sus miradas, por el contrario, les recordaban que estaban más cerca que nunca. Los acercamientos ya tenían otro color y calor; pero ella por más que con sutil coquetería y picardía le demostraba su afección, también mostraba prudencia por no saber si él había mostrado y esperado lo suficiente. El caballero impaciente convencido que ella era la elegida, la acompañó por todo lado y con un movimiento tenue le declaró su amor y protección cubriéndola con su brazo y sombrero. Ella halagada por tal detalle le respondió con un movimiento saleroso y le confesó sus sentimientos con un zapateo de punta y taco que solo él pudo descifrar.
Entre vueltas y contra-vueltas, caricias plasmadas con pañuelos al aire, siluetas dibujadas al son del platillo y cajón, y sentimientos impresos con pasos firmes y delicados, él llegó a conquistarla, o a ser conquistado. Firmaron la tregua con zapateos de gozo compartido, y ambos celebraron el final de la música que marcaba el comienzo de su historia. Pasaron de ser dos para convertirse en uno y transformaron el quizás en un cierto amor.