Un virus ha dado la vuelta a nuestras vidas. Muchas personas han padecido la enfermedad, otras la han sufrido en su entorno, hay quien ha perdido a alguien próximo, los hay que se han quedado sin trabajo y están los que no soportan más cumplir con un montón de tareas laborales de forma telemática, a la vez que cuidan de sus hijos o sus mayores… Todo esto puede generar una profunda rabia o ira, una emoción intensa que es muy importante saber gestionar.
La rabia/ira surge cuando nos sentimos amenazados, cuando creemos ser objeto de una injusticia, cuando nos humillan, nos frustran, nos hacen daño. Es una emoción legítima que nos prepara para la defensa.
Las emociones son buenas porque nos ayudan a adaptarnos. Las traemos de serie, pero tenemos que aprender a gestionarlas. Los niños sufren rabietas, accesos de violencia, arrebatos de furia… Son situaciones normales que hay que enseñarles a manejar para que puedan afrontarlas de la manera adecuada.
Cuando los adultos sentimos rabia, podemos actuar de distintas formas. Una de ellas puede ser inhibiéndola, ya sea por miedo a perder el trabajo o porque hemos aprendido que está feo enfadarse… Otra acción ante la rabia es perder el control y decir todo lo que pensamos, culpar a quien responsabilizamos de nuestros sentimientos y descargar en él —o en quien nos quede más a mano— nuestra furia.
Pero la respuesta saludable ante la rabia es hacer una buena gestión de ella, de manera que la emoción no nos dañe a nosotros mismos, ni perjudique a otros.
Las corporaciones pueden contribuir al bienestar emocional de sus equipos mediante el apoyo de líderes bien entrenados en la gestión de las emociones, pero siempre hay que…