La ira es una emoción como otra cualquiera. Tenemos todo el derecho del mundo a sentir enfado ante la frustración, la confrontación, el ataque, la incompetencia… Enojarse es inevitable y universal, incluso saludable: nos permite reaccionar ante lo que nos desagrada. Sin embargo, la diferencia entre quienes saben manejar su enfado y quienes no lo consiguen, está marcada no solo por sus habilidades de gestión, sino por algo más: la capacidad para extraer lecciones provechosas.
Para aprender de los enojos es importante preguntarse:
¿Qué me hace enfadar?
¿Y si ese "no soporto a la gente que…" estuviera en nuestro interior? El psiquiatra y psicólogo Carl Jung decía que "todo lo que nos irrita de los demás puede llevarnos a comprendernos a nosotros mismos". Tal vez el compañero egocéntrico choque con el propio egocentrismo; o bien, todo lo contrario: el perezoso es realmente lo más opuesto a nuestra entrega al trabajo. Un análisis de aquello que provoca ira nos permitirá entendernos y entender a los demás.
¿Es mejor callarse?
Asumir que es "mejor no decir nada", que "para qué liarla más", es un error. Quienes no comunican su enfado se dañan a sí mismos sin resolver los problemas. Shakespeare lo expresaba así de claramente: "La ira es un veneno que uno toma esperando que muera el otro". Además, cuando se trata de aspectos realmente malos, como puede ser la injusticia, la discriminación, la falta de ética, el silencio resulta intolerable.