Son las 9 de la noche del 6 de Octubre del año 2019. La cineasta Laura Friedmann y quién escribe esta nota, esperamos a que finalice la última película programada para la edición 19 del festival de cine independiente aluCine. Luego de rodar los créditos tenemos la misión como miembros del jurado de anunciar los premios a entregarse a los cineastas que participaron con sus obras en esta edición del festival. Mientras esperamos a que se prendan las luces, miro a la audiencia desde bambalinas mientras distraídamente mi mente se transporta al año 1995.
Estamos en el Harbourfront Centre, donde luego de un par de reinvenciones, cambios de nombre y con algo de apoyo financiero de organizaciones culturales gubernamentales, se inaugura la primera edición de lo que casi dos décadas después aún se conoce como el aluCine Latin Film + Media Arts Festival.
Una de las razones más poderosas para organizar un festival de cine como aluCine (alucinar e ir al cine, o ir al cine para alucinar) era el congregar a todos los guionistas, diseñadores, vestuaristas, fotógrafos, sonidistas, directores y artistas latinoamericanos involucrados en actividades en el arte visual en Canadá.
Eventualmente dicho efecto se extendió a Estados Unidos y Europa. Este espacio abrió muchas puertas para que artistas latinos de todo el mundo puedan tener un lugar donde exponer sus trabajos y conocerse mutuamente. AluCine era un festival comunitario, sin grandes jerarquías donde muchos de los programadores y demás colaboradores eran también cineastas. Inclusive tenían un programa llamado aluCine Invita, donde se presentaban películas realizadas por cineastas que a la vez estaban trabajando en el equipo del festival.