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¿Todos los musulmanes son terroristas? ¿Acaso todos los colombianos son narcotraficantes?
Toronto · Publicado el: 13 mayo, 2015

Uno de los comentarios que con más frecuencia nos hacen en nuestra oficina sobre el por qué escogen Canadá es por ‘el respeto y la tolerancia bajo la que vive nuestra sociedad’. Cuando, después de unos cuantos meses de vivir en Canadá, ese mismo cliente regresa a la oficina por alguna consulta, sus comentarios sobre la estadía en Canadá giran alrededor de la multiculturalidad del país; como se ha visto gratamente sorprendido por la cantidad de idiomas que escucha en la calle; la casi inagotable variedad de comidas de distintos países que puede conseguir; la diversidad de festivales y eventos que ofrecen las ciudades y cuanto ha aprendido de otras culturas.

Lamentablemente con el paso de los años muchos vamos olvidando que somos inmigrantes. No que fuimos, que somos; y vamos cayendo en la trampa de catalogar, juzgar y condenar sin antes haberle dado al “acusado” la opción de defenderse. El etiquetamiento es tan peligroso como las generalizaciones, especialmente porque estos normalmente no se manejan en un contexto positivo.  El etiquetamiento lleva a la marginalización y en el largo plazo al resentimiento.  Y después nos preguntamos qué ocurrió primero…

Históricamente el etiquetamiento ha generado violencia.  Dos mil y tantos años atrás los seguidores de Cristo fueron perseguidos, en la época de la inquisición los herejes – hombres y mujeres de ciencia u opositores de la iglesia – fueron brutalmente asesinados. En épocas más recientes tenemos la marginalización de los “negros”, y el Holocausto. Estos son sólo algunos ejemplos de personas que han sufrido por ser parte de un grupo fácilmente identificable, unos por sus creencias, otros por su color de piel, otros por sus opiniones. Pero, ¿quienes fueron los opresores o perseguidores? ¿Podríamos llegar a decir que los judíos, los católicos, los blancos o los alemanes de la época fueron todos asesinos?

Repetimos la historia, y tristemente lo hacemos sin darnos cuenta porque simplemente no nos detenemos a preguntarnos si cada uno de quienes integran un grupo, que nosotros mismos hemos etiquetado, cumple con las características que le atribuimos a ese grupo. Por ejemplo, es muy común en nuestra oficina oír quejas acerca del abuso del sistema por parte de los refugiados.  Son muy contados los días en los que no oigo decir que es increíble que Canadá le ofrezca ayuda y sostenga a los refugiados que vienen a vivir de la generosidad de este país cuando gente con educación, dinero y carreras profesionales – que quieren contribuir con este país-  no encuentran la forma de obtener la residencia permanente.

Con seguridad puedo decir que dentro del grupo de refugiados debe haber, como en cualquier otro grupo, quien abuse del sistema; pero también puedo decir con absoluta seguridad y conocimiento de causa – por ser yo misma refugiada- que muchos de nosotros hemos trabajado arduamente por crecer en Canadá personal y profesionalmente.


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Otro comentario generalizado, y no únicamente en nuestro ambiente profesional, es el del peligro que representan los musulmanes para el mundo en este momento. Etiquetar los musulmanes en general como grupo terrorista es el equivalente a decir que todos los alemanes de los 40’s fueron nazis o que todos los católicos de origen español o portugués que vivieron entre los siglos 16 y 19 –época en la cual se vivieron las inquisiciones española, portuguesa y romana-  fueron asesinos.

El color bronceado de la piel de las personas originales del medio oriente los hace fácilmente identificables, pero ¿acaso es ésta una razón suficiente para etiquetarlos a todos como terroristas?  El medio oriente tiene una población de más o menos 550 millones de habitantes, de los cuales 44 millones (más que la población canadiense) no son musulmanes y más aún solo entre 50 mil y 250 mil de ellos son miembros o apoyan ISIS, el grupo terrorista. 

Los etiquetamientos son ofensivos y destructivos. No todos los colombianos son narcotraficantes o guerrilleros, no todos los centroamericanos que tienen tatuajes son mareros y ciertamente no siempre es la señora que limpia la casa la responsable cuando algo se ha perdido.

Si lo que nos atrajo de Canadá en un principio fue el respeto, el multiculturalismo y la tolerancia; no podemos con el tiempo caer en el error de segregar, etiquetar y condenar a quienes directa o indirectamente trabajan con nosotros o para nosotros, aun a miles de kilómetros de distancia, sin haberles hecho siquiera la pregunta de cuáles son sus convicciones, sus opiniones y sus valores.

A Canadá vinimos a hacer parte de una sociedad incluyente y diversa de la que podemos aprender que las diferencias enriquecen. Ojala pudiéramos todos llegar a un momento en que los colores de la piel, las creencias religiosas, el trabajo que se desempeña y el país de nacimiento no sean más que la fuente de vivencias que nos permitan compartir historias alrededor de una mesa y no la causa de rechazo de quien vive en la puerta de al lado. 

Para mí la única generalización valida es la de que las generalizaciones llevan a cometer errores e injusticias y por lo tanto deben ser evitadas a toda costa.

ICCRC R 416911
416 482 1575
*Claudia Palacio es Consultora de Inmigración Certificada y colaboradora de este semanario. Pueden dirigir sus preguntas a claudiap@filici.com   

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