Desde el primer momento en que tomamos aliento, vivimos bajo un proceso de domesticación que nos va moldeando durante la infancia. Si no somos conscientes de lo que sucede, podemos permanecer adormecidos el resto de nuestra vida.
Durante esta fase de adquisición de creencias y actitudes, perdemos no solo la candidez y frescura que caracteriza a los infantes, sino también nuestro dinamismo. Esas inesperadas ocurrencias, que son el destello inigualable de la creatividad innata, se van marchitando. Dejamos de soñar que algún día creceremos, para finalmente convertirnos en el adulto que nunca pensamos ser.
Y yo pregunto: ¿dónde dejamos al niño o niña que soñaba en grande? ¿Por qué nos empeñamos en dejarlo encerrado en el baúl de los recuerdos, cuando nunca se fue de nuestro lado?
El pequeñito que habita en nosotros, como cualquier infante, está capacitado con grandes aptitudes. Una prueba irrefutable de que la domesticación ha surtido su efecto es que probablemente nos reprochemos: "no soy creativo (a)". Pero, en realidad, todos los seres humanos nacimos para serlo, solo que la domesticación ha bloqueado la creatividad.
¿Has visto lo ingeniosos que pueden llegar a ser los niños? Tienen una capacidad infinita para inventarse su propio mundo de fantasía, por lo que terminan haciendo las más terribles y graciosas travesuras.