Al igual que los padres excesivamente protectores impiden el normal desarrollo de sus hijos, un líder demasiado supervisor puede arruinar a su empresa.
A menudo, vemos niños pequeños que ya podrían comer solos, pero que sus padres les meten la cuchara en la boca porque así tardan menos o no se manchan tanto; pequeños que no colaboran en casa porque sus mayores lo hacen mejor y más rápido, o que no pueden intentar nada arriesgado, no vaya a ser que se lastimen…
Los llamados "padres helicóptero" son los que sobrevuelan constantemente la actividad de sus hijos, dirigen sus juegos, hacen sus deberes, los sobreprotegen y controlan cada minuto de sus vidas. El resultado son niños dependientes, incapaces de asumir responsabilidades, poco creativos y con problemas para gestionar sus emociones. Y lo peor: lo que aprendes en tu familia, lo extrapolas al mundo del trabajo.
Lo mismo ocurre en las empresas cuyos líderes caen en la excesiva supervisión. Y, en cierto modo, la tecnología facilita esta forma de gestión inadecuada, porque el trabajo de cada uno es fácilmente fiscalizable cuando todos los miembros del equipo están interconectados.
La supervisión es necesaria, por supuesto, pero encontrando un equilibrio:
Delegar en el verdadero sentido. Puede que un líder sepa mejor cómo hacer las cosas de la manera más rápida y eficaz, pero eso no significa que tenga que hacerlas él. Bastará con que dé indicaciones, que comparta cuál es el método que a él le funciona y que deje que los demás trabajen sin hipervigilancia. Un buen jefe sabe que él no es un jugador estrella, sino simplemente el entrenador del equipo.