Algunos seres humanos acogen el mal hábito de ocultar la verdad, normalmente por miedo, vergüenza o presión social. El filósofo griego Aristóteles decía que "el castigo del embustero es no ser creído, aun cuando diga la verdad".
Es curioso, pero la sociedad exige a todo funcionario público o personaje famoso que sea completamente sincero. Nos tomamos como una auténtica traición toda falta de honestidad, aunque sea un problema padecido por la mayoría, en mayor o menor grado.
Según un estudio de la Universidad de Southampton (Reino Unido), una persona cuenta hasta tres mentiras en una conversación de diez minutos. Bajo la acepción de "falsedad" también aparecen las exageraciones u omisiones. Las mentiras se convierten en hechos habituales. ¿Quién no las dice en algún momento del día? Tristemente, nos hemos acostumbrado a seguir empujando esa bola de nieve que, cuanto más rueda, más grande se vuelve, como explicaba Martín Lutero.
Una investigación realizada por The Works ha desvelado que las mentiras más habituales en una pareja tratan de evitar que el otro se sienta mal, o una confrontación. Por cierto, la principal mentira en ambos sexos es "no me pasa nada, estoy bien". ¿Qué ganamos mintiendo?
Dice un proverbio que "con una mentira suele irse muy lejos, pero sin esperanzas de volver".
No podemos encomendarnos al futuro con pilares tan frágiles como las mentiras. Por ello, debemos trabajar cada día nuestro propio destino, aprender a gestionar la vida, mejorar la autoconciencia, la confianza en uno mismo y, sobre todo, comenzar a querernos. Como decía Brigham Young, "los corazones honestos producen acciones honestas".
La honradez debe comenzar siendo fieles a nosotros mismos. Gracias a la sinceridad, rompemos los muros que hemos levantado a nuestro alrededor. La mentira nos impide vivir de acuerdo a nuestras promesas de luchar por mejores propósitos.
Es buen momento para replantearnos las mentiras, omisiones o exageraciones que hemos contado a lo largo del día de hoy, y marcarnos como objetivo resolverlas. Al fin y al cabo, como dice Andrés Calamaro, "la honestidad no es una virtud, es una obligación".