Una pequeña parcela adornada por esas pintorescas casas de adobe y techo de palma que eran frescas en verano y cálidas en invierno, mismos que las golondrinas utilizaban para hacer sus nidos.
Frente a una de las viviendas estaba una pequeña mecedora, hecha por mi tío abuelo, un hombre entrado en años que falleció después del centenario y mientras trabajaba en “la labor”, cosechaRecuerdo que después de comer, como todo niño sano, simplemente me atacaban unas insoportables ganas por hacer algo, un deseo casi incontrolable de correr y jugar, sin embargo, durante las horas del mediodía esas en las que el sol suele caer a plomo y elevar la temperatura a mas de 40 grados centígrados, se nos prohibía jugar por un momento ante el temor de una insolación.
Esto era un castigo literalmente hablando, para todos los niños que estábamos ansiosos por salir a disfrutar de ese gran espacio libre y sin coches que interrumpieran con su paso los partidos de fútbol soccer.
Recuerdo que una vez, a manera de desfogar mis energías, me senté en una mecedora de madera que tenían en un pequeño patio semi-techado por los árboles de naranjo.
Comencé a darme vuelo y empujarme cada vez mas fuerte mientras los adultos a mi alrededor simplemente se me quedaban viendo y seguían disfrutando de su plática de sobre mesa, cada vez fue mayor el impulso que tomé y parecía que me caía hacia atrás pero recobraba la vertical solo para tomar mas impulso y seguir intentando llevar a la mecedora al suelo.
Después de unos intentos, finalmente logré desesperar a los que estaban ahí presentes y fue precisamente en ese momento cuando mi tío dijo la siguiente frase: “La mecedora es mentirosa, te hace sentir que te mueves pero no avanzas a ningún lado, así que vete a correr, así de perdido si te caes, te vas a caer mientras avanzas de deveras”
En realidad, creo que muchos de nosotros tenemos mecedoras en nuestras vidas, esos momentos en los que fingimos movernos o peor aún, nos movemos, pero sin avanzar a ningún lugar.
Uno de ellos es la preocupación, esas largas horas e incluso días que dedicamos a PRE-ocuparnos por algo sin en verdad hacer nada. Esas mecedoras en las que simplemente damos vueltas a un asunto que no se puede resolver, adelantar, evitar, etc.
Hay cosas que simplemente están dadas, la muerte de un ser querido, el fin de un empleo ó de una relación, la espera por un resultado después de que se ha tomado el examen, por mencionar algunos, son momentos en los que hemos hecho lo necesario ó lo que pudimos hacer y simplemente hay que esperar ó aceptar el resultado de lo que venga.
Esto no significa que la espera deba ser pasiva, podremos ocupar nuestro tiempo en hacer otras cosas, preparar nuestras respuestas, intentar nuevos proyectos, comenzar de nuevo, pero eso sí, para hacer todo esto deberemos primero levantarnos de nuestra mecedora.
Publicado: 29 de febrero, 2012
Por: Jaime Leal – Coach de Vida
Twitter: @jaimeleal