Todos conocemos gente refractaria a la tecnología, personas que dicen que no se les da bien, que no les gusta o que no la necesitan. Esta actitud puede producir limitaciones en el conocimiento y derivar en un aislamiento social. Y si hablamos de la empresa, el rechazo tecnológico también tiene graves consecuencias: frena su rendimiento e impide el avance.
La tecnología hoy es inherente al ser humano. Desde el principio de los tiempos hemos buscado instrumentos, recursos, procedimientos para resolver problemas, mejorar nuestra vida y alcanzar logros de la forma más práctica y sencilla.
Hoy en día, las soluciones tecnológicas permiten ahorrar millones de horas de trabajo y simplificar todos los procesos. Pero no todo el mundo opina lo mismo. Cuando una corporación se aferra a lo que ha funcionado toda la vida y se resiste a la innovación tecnológica, se estanca. Más temprano que tarde, su competencia acabará con ella.
Si queremos que la tecnología sea vista como la valiosa ayuda que es y no como un factor estresante es preciso:
Valorar constantemente las necesidades empresariales. Hay que dar respuesta a las exigencias corporativas y cubrir los objetivos de producción de la mejor manera posible. Contar con el debido asesoramiento ayuda a las organizaciones a no pararse, pero también a no implementar una tecnología innecesaria. Todos hemos tenido electrodomésticos con decenas de funciones de las que solo usamos una, siempre la misma, o teléfonos celulares con numerosas funciones, cuya utilidad ignoramos.
Invertir en formación a la vez que en tecnología. Y no formar a todos igual, sino a cada uno según sus necesidades. Cada vez que se requiera un nuevo programa, un cambio de software o de hardware… es básico formar a los usuarios, pero hay que hacerlo sin presiones, sobre todo en los primeros momentos del aprendizaje, mediante una curva de información suave que permita la adaptación práctica y apreciar las ventajas de la tecnología en el desempeño del trabajo.