Mentiríamos si dijéramos que el acoso es una pesadilla exclusiva de la etapa escolar. Todos sabemos que existen personas que disfrutan hostigando a los demás durante toda su vida, y otras a las que les toca el papel de víctima una y otra vez, ya sea en la pandilla, en la familia, en la pareja o en el trabajo. Cualquiera de nosotros hemos presenciado acoso, algunos lo hemos sufrido y puede que más de un lector reconozca ahora mismo que lo ha ejercido.
Los niños capaces de intimidar a otros en la escuela no son los más valientes de la clase, ni los más queridos, ni los más dignos de confianza, solo son los compañeros más temidos. Ellos aún no saben respetar al prójimo ni empatizar con él. Deben aprenderlo cuanto antes. En cambio, los adultos que acosan a otros en la empresa, ya han tenido tiempo de darse cuenta de que su comportamiento es inadmisible, que el bullying, el mobbing o como se denominen estas formas de persecución, constituyen una actitud destructiva e injusta. Por eso las corporaciones tienen que estar vigilantes:
Identificar el acoso. La coacción en el trabajo puede ser evidente, pero también solapada y difícilmente detectable. Por ejemplo, tal vez consista en no dar información a un compañero, no ayudarle cuando necesita adquirir conocimientos para llevar a cabo su tarea, engañarle con las fechas de entrega, humillarle, burlarse, hacerle el vacío…
Hacer examen de conciencia. El acoso puede no ser visible para los demás y a veces tampoco para uno mismo. Cuando se chismorrea sobre alguien, se boicotea su trabajo, se roban sus ideas, se le excluye, se le exige más de lo que puede dar o se le solicitan tareas absurdas, es posible que estemos ante un caso de mobbing. No olvidemos que el acoso tiene un patrón característico y que, cuando lo ejerce un líder, puede ser imitados por mucha gente.