‘Confesiones’ de un machista

La ofensa y prepotencia contra el género femenino aún es un mal de nuestra sociedad. Compartimos el reciente artículo de Manuel A. Oliva
Manuel A. Oliva Guardamino
Toronto · Publicado el: 11 febrero, 2015

No sé si me enseñaron o aprendí por iniciativa propia que era el sexo fuerte, el que tomaba las decisiones y el que tenía la última palabra. Aunque casi siempre juzgué la idea de ser el último en terminar la frase, nunca hice mucho por cambiar esa situación. Confieso que por más que dudaba si esto estaba bien o mal, me gustaba. Me daba el control de la situación; un adictivo control que con mi crecer también creció. Muchos podrán decir que este comportamiento es cultural o natural, pero solo considerar esta idea me haría retroceder lo avanzado.

Qué bien se sentía ser "el macho fuerte" y poder tener la última palabra. Al menos así lo sentí por muchos años. Que equivocado estaba. Trato de ver atrás y solo veo un mundo en blanco y negro. Un mundo en el que no pude ver ni entender. Creí que mi voz cortante era conveniente cuando en realidad solo debilitaba y lastimaba. Creí entender todo, pero en realidad no me entendía ni a mí mismo. Hasta me atreví a aconsejarle al mundo sabiendo que estaba en falta. Mi análisis de la vida era muy simple; miraba lo mismo con los ojos cerrados que con los ojos abiertos. Solo veía lo que quería ver, solo escuchaba lo que me convenía y para sentirme más hombre sacaba lo peor de la persona que más quería. 

Yo crecí en una cultura machista que acentuó mi pobre conducta, pero fue mi elección hacer nada por cambiar eso. Me sentía más de lo que era teniendo mi voz primero y mi voz por último. ¿Sería justo culpar a una cultura por una decisión personal? No lo creo, pero sí sería la forma más astuta de excusar mi ignorancia, y eso no lo voy a hacer. Creo que lo más “macho” sería aceptar mi error y afrontar las consecuencias de mis actos. Y eso es lo que trato de hacer ahora porque comprendí que el machismo destruye. Nadie me lo contó, yo lo viví, yo lo sufrí y también la vi sufrir.

Una vez alguien me comentó que las guerras más grandes se ganan con una revolución interna. Y mi machismo fue eso, una de las guerras más grandes y arduas que tuve que pelear internamente. Pero fue una guerra distinta. No necesité  mostrarme como el más fuerte ni mucho menos como parte de la mayoría; por el contrario, tuve que aprender a ser vulnerable y aceptar ser minoría. Debo confesar que no estoy seguro si ya deje de ser machista. Yo creo que la gente no cambia, solo aprende. Y creo que allí está la clave, mientras más aprendo más me distancio del machismo.

Me cansé de disfrazar mi culpa con una sonrisa. Lentamente empecé a entender que lo que se pierde pocas veces se recupera, que las lágrimas caídas ya no regresan a su fuente y que los pétalos marchitos ya no rejuvenecen ni recuperan su color. Por ella cambié. Aunque tarde, entendí que mi debilidad era mi fortaleza y que sentirme su dueño era una forma de disfrazar sentirme su esclavo.

Su paciencia fue inmensa, pero tuvo un límite. Hoy daría mi vida por la oportunidad de tenerla en frente, restaurar el color desvanecido y prometerle el cambio que un día me rogó y yo ignoré. Pero ya es tarde. Mi tiempo se acabó y mis promesas perdieron valor.

Hoy solo me queda sentirla a la distancia y rogar que el tiempo cure lo incurable. Sueño con algún día volver a estar en sus sueños, hablarle en silencio y besar sus pensamientos. Por ahora solo me toca esperar, una y varias vidas si es necesario, hasta que mi camino encuentre su perdón.

No sé si algún día la vuelva a ver, no sé si algún día me perdone. Pero lo que sí sé es que por ella entendí y comprendí que uno debe amar hoy como si fuera el último día. 

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Manuel A. Oliva Guardamino
Estudiante de la Universidad de York
Honours BA, Spanish
Certificate in Spanish/English Translation

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