Me propuse conquistarte aun cuando el mundo me repetía que eras imposible. Decían que tú y yo éramos tan opuestos como el día y la noche. Pero, lo que ellos ignoraban era que el día y la noche sabían encontrarse al amanecer.
El destino nos acercó y cuando creímos despejar diferencias para convertirnos en complemento, también supo alejarnos y nos dejó sin saber si al final nuestros caminos volverían a encontrarse. Me despedí con una carta que no entregué y mil palabras de amor eterno que nunca pronuncié. Así, sin darnos cuenta, nuestra historia quedó incompleta.
Salí en busca de una ilusión y sacrifiqué lo nuestro. Crucé la línea del sueño americano y lo que debió saber a esperanza solo supo a desesperación. Estaba supuesto a seguir el proceso como todo soñante; entusiasmarme, deprimirme, aclimatarme e integrarme; pero tu ausencia solo me dejó vivir lo segundo.
Traté de enamorarme de la idea de un nuevo comienzo, pero no pude. Esto fue como querer enamorarme de una mentira sabiendo que tú eras mi verdad. Te busqué por rutas de día sin luz y por calles de noche sin brillo y no te encontré. También le lloré al viento y grité tu nombre en el silencio y no me escuchaste.
Tu silencio y el vacío de no tenerte, poco a poco, turnaron mi mundo de gris. Mi cuerpo y mi mente no resistieron a la idea de solo poder besarte en recuerdos, y amarte en sueños. Mi presencia ante tu ausencia solo ratificó la idea que mi futuro no era algo, sino alguien. Ese alguien que pasó de atracción a obsesión, de curiosidad a necesidad y de sueño a realidad.
Hoy regreso porque prefiero estar perdido por ti a estar perdido sin ti. Vuelvo de la misma forma en que salí, sin previo aviso y con la incertidumbre de no saber si nuestra historia tendrá final.
Regreso para no seguir viviendo a medio respirar.